Cuando un ser querido fallece, el impulso natural de darle un último beso de despedida nace del amor y del dolor. Sin embargo, los médicos y expertos en salud advierten que besar a una persona fallecida puede representar un riesgo sanitario real, más allá de la carga emocional que implica ese momento
Después de la muerte, el cuerpo entra rápidamente en un proceso de descomposición. Las células comienzan a liberar bacterias que, en vida, estaban controladas por el sistema inmunológico. Estas bacterias —especialmente las del intestino y la boca— se multiplican, generando gases y sustancias que pueden ser altamente contaminantes
En ese estado, la piel, los labios y los fluidos corporales pueden contener microorganismos patógenos que causan infecciones si entran en contacto con las mucosas de una persona viva
Los médicos explican que, aunque el cuerpo parezca tranquilo o “en paz”, los procesos biológicos internos siguen activos y pueden transmitir virus, hongos o bacterias que sobreviven algunas horas después de la muerte. Además, en casos de enfermedades contagiosas, como tuberculosis, hepatitis o meningitis, el riesgo de transmisión aumenta considerablemente.
Por eso, se recomienda expresar el adiós de una forma segura, a través de una oración, un toque en la mano con guantes o simplemente una palabra de despedida. El amor no se mide por el contacto físico, sino por el respeto a la memoria del ser amado
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